A ella le dije que viniera y destrozase mi armadura; que me volase la cabeza con su inteligencia y me ayudara a ser un niño adulto; que jugáramos, sí, pero nunca más a ganar.

Yo le prometí que no sería el perejil de todas las salsas; que mi sonrisa no perdonaría más vidas; que aguantaría el peso de mi arrogancia igual que aguanto el de su mirada.

Le dije: Vieni, bruna… pero erré en el tiro.