Como de costumbre en las tardes de lluvia, Miguel se acurruca en el columpio del porche con su libro en blanco abierto por la mitad, y ahí permanece sentado durante horas. Ríe a la vez que pasa las páginas del libro y sus ojos brillan como si tuvieran luz propia.

Al anochecer, entra de nuevo en casa y se sienta a la mesa junto a su mujer y un plato de pisto manchego:

-¿Quién ha venido esta vez? -pregunta la mujer.

-El pesado de Alonso Quijano, a contarme otro de sus cuentos.